En el proceso de recuperación, es importante profundizar en un elemento crucial que no solo impacta nuestro cuerpo, sino que también juega un papel vital en nuestra salud mental y emocional: la vida activa.

La OMS, entiende por vida activa toda práctica de actividad física que ponga en movimiento las diferentes partes del cuerpo y active la musculatura, el sistema circulatorio y el esqueleto. Todo ello realizado con un carácter de cierta continuidad, además de una higiene adecuada y una dieta equilibrada, libre de excesos y hábitos tóxicos.  Sin embargo, nosotros pretendemos y consideramos necesario ir más allá.

Diríamos que llevar una vida activa significa no solo abandonar el sedentarismo y no permitir que una serie de hábitos inadecuados puedan influir negativamente en nuestra salud, también entendemos que este concepto de vida activa debe de ser aplicable a todos los ámbitos de la vida, ya que impacta positivamente en nuestra mente, emociones y en la totalidad de nuestro ser. Es un viaje hacia la salud integral.

Actividad física y bienestar mental.

La interacción entre la actividad física y el bienestar mental es fascinante. Cada paso, cada movimiento consciente, no solo libera endorfinas, esos «antidepresivos naturales», sino que también contribuye a la reducción del estrés y la ansiedad. La actividad física regular no solo es beneficiosa para el cuerpo, sino que también ejerce un efecto profundamente positivo en la salud cognitiva, por lo tanto, es necesario explorar herramientas concretas para hacer de la vida activa una aliada constante y motivadora en el viaje hacia la recuperación.

La vida activa como motor de la recuperación.

Cuando nos encontramos ante un problema de salud mental, por lo general, la vida activa se ve afectada, perjudicando directamente a la rutina y actividades básicas de la vida diaria de la persona, que se encuentra con un estado de ánimo apagado y con baja motivación por lo que motivar a la persona a recuperar su actividad es necesario para que la vida activa se convierta en el motor de la voluntad y la determinación en su proceso de recuperación. Se trata de cultivar la resiliencia y el compromiso con el propio bienestar. La vida activa proporciona un espacio proactivo y positivo en medio de los desafíos, nutriendo no solo el cuerpo, sino también la mente.

Incorporación de actividades placenteras.

La terapia de activación conductual propone la realización de actividades placenteras que conllevan el contacto con refuerzos positivos. El objetivo es conseguir que la persona inicie un cambio comportamental. Para ello, es importante que las conductas realizadas estén dirigidas a conseguir objetivos valiosos y que haya una alta probabilidad de que puedan ser reforzadas por el contexto.

Seguramente tengas incorporado en tu día a día sencillas rutinas que te hagan sentir mayor bienestar, la idea es que también potencies todo lo posible estas actividades agradables cuando te sientas con más cansancio o cuando te sientas más bajo de ánimo. Es especialmente en estos momentos cuando más hay que cuidar estas actividades e incluso hacer pequeños esfuerzos para realizarlas, aunque en principio no nos apetezca ya que ten por seguro que el resultado es un aumento significativo de nuestras emociones positivas y de nuestra claridad y calma.

La clave radica en descubrir y disfrutar de actividades que no solo beneficien el cuerpo, sino que también sean placenteras y sostenibles a largo plazo. Desde caminatas revitalizantes hasta prácticas de yoga que conectan cuerpo y mente, la variedad y el placer en el movimiento son esenciales para mantener la motivación y el compromiso a lo largo del tiempo.

En resumen, la vida activa no es simplemente un componente en el proceso de recuperación; se convierte en un pilar fundamental. Cada elección consciente de movimiento se transforma en un acto de autocuidado y un compromiso total con el bienestar físico y mental.

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